La primera
mañana en Turquía resulta agotadora. El autobús recoge en Muğla a
Carmen, Diego y algunos alumnos, en Yatağan a David y al resto, y
llega tarde al hotel para recoger a los profesores. Más de una hora
de viaje en carretera, viendo a los lados bosques de pinos y extrañas
formaciones calizas, canteras de mármol, un pantano, y finalmente
llegamos a Selçuk.
Desde esta ciudad, Éfeso está a un paso. Pueden visitarse las avenidas principales de la antigua ciudad griega y romana y los grandiosos monumentos que quedan en pie o han sido reconstruidos. Las avenidas son largas, de grandes piedras de mármol blanco, y por doquier hay tirados restos de edificios, en mármol y ladrillo, algunas columnas en pie, arcos que ya no abren la puerta a ningún sitio. Una de las avenidas nos lleva al antiguo teatro, en el que se dice que llegaban a caber 26.000 espectadores. Echamos fotos, hablamos desde la escena para comprobar la acústica, tardamos un rato en subir hasta arriba y recorrerlo.
Avanzando
por otra avenida llegamos a la Biblioteca de Celso, cuyo pórtico
columnado se conserva en bastante buenas condiciones. Su interior es
una sala coqueta, al aire libre y sin libros, donde nos sentamos
buscando la sombra a imaginarnos lo que que fue. La siguiente avenida
sube la pendiente de la montaña. Más y más restos de monumentos,
la portada del templo de Adriano, ruinas de casas y restos de la gran
columnata que subía calle arriba. En lo alto, más ruinas, el ágora
y el parlamento, adonde se asoman algunas cabras que bajan del monte.
Han sido dos
horas de paseo por las ruinas de Éfeso, hace mucho calor y estamos
agotados. Pero aún el autobús sube más arriba para una pequeña
visita: en una colina más alta, visitamos una ermita diminuta que,
según la tradición, es la última casa donde habitó la Virgen
María. Es un lugar recogido, rodeado de bosque y fuentes, donde se
supone que María llegó con san Juan para refugiarse de la
persecución de cristianos desatada tras la muerte de Jesús.
Comemos en
un pequeño pueblo muy animado llamado Sirinçe, y visitamos después
una pequeña bodega donde hacen vinos de todos los colores y sabores.
No nos vamos sin probar sus refrescos de baja graduación, y el
camino de vuelta en el autobús es más corto porque casi todo el
mundo se duerme un rato. Atardece a poco de llegar a Yatağan. Cada
cual se va para su aposento. Trataremos de descansar, pues mañana
nos levantaremos también temprano, para ir al instituto, entre otras
cosas para que los alumnos expongan nuestra presentación.
Blas Villalta.
Blas Villalta.
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