Primer día de viaje: La Solana-Bolonia
Comienza el largo periplo que ha de llevarnos a Turquía para nuestra reunión con los compañeros y amigos del Comenius. Al mediodía salimos desde la puerta del instituto. Blas al volante, con Diego, Carmen y David. Pasamos por Albacete para recoger al quinto viajero, Alejandro.
Después de un viaje tranquilo llegamos a Alicante. El aeropuerto de Alicante es pequeño, nuevo y coqueto. Sobrevolamos Ibiza y Córcega, y en poco más de dos horas estamos en Bolonia. La primera cena, en el hotel, no puede ser más típica: tagliatelle alla bolognesa y tortellini in brodo. Nos adormecemos con un documental sobre volcanes y el noticiario de la RAI 3. Mañana madrugaremos mucho, para ver algo de la ciudad de Bolonia, antes de coger otro avión en dirección a una isla griega.
Blas Villalta.
Segundo día: Bolonia
A las siete de la mañana salimos por la puerta del hotel. Cogemos el autobús urbano hacia el centro de Bolonia, y en apenas veinte minutos estamos caminando por calles anchas y desiertas, el suelo todavía mojado por la llovizna del amanecer, entre edificios de ladrillos ocres y vetustos. Caminamos bajo amplios soportales en busca del centro histórico y, cuando empezamos a caminar por las calles vacías de tráfico para entender mejor dónde estamos, tropezamos casi sin pensarlo con la catedral de san Pietro, edificio ancho e imponente por dentro, vacío de fieles y turistas, silencioso.
A un paso, la Piazza Maggiore, espaciosa y desierta, y al fondo la emblemática basílica de san Petronio, cuya fachada está tapada por lonas con su propia fotografía, pues está siendo restaurada. Por dentro es aún más ancha que la catedral, más espectacular. Sólo al fondo a la derecha encontramos a los primeros boloñeses: en una pequeña capilla, un reducido grupo de fieles escuchan la misa temprana que ofrece un sacerdote de voz agradable y cadenciosa, que habla en un italiano limpio y sosegado de la importancia de tener referentes morales en la vida.
Nos sentimos diminutos en un templo tan enorme y salimos de nuevo a la plaza. A las ocho y algo ya hay gente que cruza la plaza, algunos andando y muchos en bicicleta. Tomamos calles que salen desde la plaza y encontramos la torre Asinelli, una alta aguja de color rojizo. A su lado, más oscura, muy pequeña y pobre, la torre Garisenda, del siglo XI, de sólo 48 metros al lado del otro gigante, e inclinada desde hace siglos. A la entrada de una galería, desde donde vemos la iglesia de san Petronio, tomamos con calma la primera colación: cruasán con crema y cappuccino.
Desde la terraza de la cafetería escuchamos las primeras músicas de un desfile. En la Piazza Maggiore se prepara un homenaje a los que combatieron en la segunda guerra mundial. Empiezan a llegar autoridades, carabineros y policías, veteranos de guerra y familiares, la multitud se congrega entre la fuente central y el edificio de la Bolsa.
Entre los ancianos familiares de los veteranos, de varios países, algunos vienen en bicicleta: las mismas bicicletas fabricadas en los años 20 que llevaron en los días de la guerra, como nos cuenta uno de ellos. Hay música de viento, hay trompetas militares, y el homenaje se cierra cuando en medio de un gran aplauso estos hombres se montan en sus bicicletas y emprenden su marcha por la ciudad.
A las diez y media cogemos el autobús de vuelta al hotel. La casualidad nos pone al lado a un profesor de idiomas y literatura comparada que nos ayuda a cambiar monedas para el billete. Giuseppe habla un español claro y sin errores, y conoce casi toda España por sus múltiples viajes a nuestro país. Nos hace un recuento de las ciudades que ha visitado, seguramente más que nosotros mismos, y nos cuenta experiencias interesantes que se llevan a cabo en los institutos públicos italianos, donde se emplean fondos del centro para que profesores vayan por las tardes a impartir clases de asignaturas alternativas. Él este año no enseña idiomas, sólo literatura española, francesa, inglesa, por la tarde.
Con un poco de prisa llegamos al aeropuerto. Nuestra estancia en Italia ha sido breve. A las doce y media subimos al avión rumbo a Grecia, a la isla de Cos.
Blas Villalta.
Segundo día: Cos (Kos, Κως)
Después de divisar decenas de islas, grandes y pequeñas, desde la ventanilla del avión, aterrizamos en una de ellas. Cos es una isla verde con un aeropuerto pequeño. Un autobús lleno de extranjeros nos lleva al puerto en algo más de media hora. Compramos los billetes para nuestro penúltimo trayecto: cruzar el estrecho que separa la isla de Bodrum, Turquía. Compramos algo para comer y salimos precipitadamente para el puerto, con el tiempo justo. Aquí surge el primer contratiempo del viaje: nos separamos en dos grupos y uno de los grupos confunde la calle que va hacia el puerto. Cuando queremos dar la vuelta, es tarde: el barco aún no ha salido pero no se nos permite subir a bordo.
Obligados a poner al mal tiempo buena cara, buscamos un hotel para pasar la noche en la ciudad de Cos. Mañana llegaremos tarde al primer encuentro con nuestros compañeros de proyecto, y también las familias recibirán a los chicos un día más tarde. Estamos a sólo cuatro kilómetros de Turquía, pero no hay manera de atravesarlos hasta mañana.
No podemos hacer ya otra cosa, así que nos disponemos a aprovechar la tarde en Cos. Alquilamos unas bicicletas y recorremos el paseo marítimo mientras anochece, hasta una playa fuera de la ciudad. La cena es ligera, ha sido un día muy largo y mañana queremos madrugar mucho para salir otra vez con la bici, por el norte de la isla. Ya que estamos aquí, veamos algo más del Dodecaneso, de la isla donde hace veinticinco siglos nació Hipócrates.
Blas Villalta.
Tercer día: Cos-Bodrum-Yatağan-Muğla
Al final, dejamos Cos con lástima. El mal trago de perder el barco ayer nos ha reportado veinticuatro agradables horas en esta bella isla griega, pequeña y verde. A las ocho de la mañana para nosotros es, por el cambio horario, un poco más temprano. Pero nos levantamos y bajamos derechos a coger las bicis de paseo que nos esperan en la puerta de la calle. Superadas ayer tarde las dificultades de Carmen con la bicicleta, los problemas de equilibrio de Diego, el grupo puede rodar bien. David está cómodo desde el principio, y los profesores no tenemos demasiadas dificultades para dirigir tan exiguo pelotón.
El paseo marítimo de Cos tiene un carril bici muy bien acondicionado y señalizado. Esta vez avanzamos hacia el lado izquierdo, paralelos al puerto, a las decenas de pequeñas embarcaciones atracadas. Rodamos a buena marcha incluso después, por el carril bici que va entre la carretera y la playa. Paramos a echar algunas fotos, la playa es estrecha, está llena de algas y posidonia secas, y el mar tiene un color azul intenso. Se hace raro no ver el mar como una gran extensión; vemos tierra por todos lados: hacia la derecha, la costa turca, y de frente, superpuestas, las islas de Pserimos y Kalimnos y otras cuantas más pequeñas aquí y allá.
Los chicos aguantan el paso y llegamos a Tigaki sobre las diez, justo para tomar el desayuno. Los chicos piden en inglés al camarero, aunque en la barra hablamos con otro hombre, viejo y delgado, con barba descuidada y acento mexicano: Nondas, Tony, ha vivido desde los 17 años en los Estados Unidos, y vuelve por temporadas para atender sus negocios que, como la familia, los tiene acá y allá. Tigaki no tiene nada: un complejo de vacaciones con playa, vacío en esta fecha. Avanzamos un poco con las bicicletas hasta una salina donde se atisban flamencos a lo lejos, y damos la vuelta hacia Cos.
El camino de vuelta se les hace más duro a algunos, pero llegamos sin problemas. Aún tenemos tiempo para una ducha y para ver la ciudad histórica: una mezquita otomana frente al plátano que plantó Hipócrates hace 2500 años, y desde el que daba sus lecciones; el asklepleion y la antigua ágora, que no son más que un montón de columnas y capiteles desperdigados sin ningún cuidado entre la maleza; y el castillo frente al mar, que encontramos cerrado por ser lunes.
Después de la visita cultural, nos sentamos en la terraza del restaurante Sócrates y comemos una deliciosa musaca. Nos invitan a café griego, y ouzo para los adultos. Cargamos las maletas y, hoy sí, llegamos al puerto con mucho adelanto. Casualmente, el barco hoy sale con algo de retraso. Poco a poco vamos dejando atrás Cos, y vemos otras islas griegas mientras nos acercamos a la costa turca. En una hora llegamos al puerto de Bodrum. Desembarcamos en Turquía y no tenemos tiempo para ver nada de la ciudad: es llegar y besar el santo, el autobús parte hacia Yatağan. Recorremos un paisaje boscoso, mientras el ayudante del conductor nos reparte colonia, agua y cafés, y en una hora llegamos a la ciudad. Por fin, el encuentro con las familias: David se queda en Yatağan, pero el viaje de Diego y Carmen aún debe continuar hasta Muğla, pues allí viven los compañeros que los acogen. Mañana nos incorporamos al programa previsto: nos espera la visita a Éfeso.
Blas Villalta.
3º día: Kos-Yatagan por Alejandro Mediano
22 de Abril, Kos, Hellas
Estoy en la cama tan a gustico y empiezo a oir a los muchachos en la habitación de al lado..¿Las seis? Bueno, aún falta un poco Al cabo de un rato alguien necesita una tirita, en unos momentos están llamando a la habitación -¿Pero cómo madrugáis tanto? -¿Madrugar? Si ya es la hora.
-Ah, vale, no cambié la hora en el tablet, así que nos despertamos (despiertan) justo a la hora que habíamos quedado. Asearse, dejar las maletas listas, buscar las llaves de la bici y bajar es todo uno y como ya sabíamos qué dirección tomaríamos esta mañana estamos en seguida en marcha. Los pescadores ofrecen sus capturas en pequeños puestos donde ya hablan de la jornada con otros compañeros, algunos extranjeros adujan los cabos y preparan su barco para la maniobra pues parten a otro lugar, la ciudad ya está despierta y numerosos turistas pasean ya andando, ya en bicicleta.
Camino llano y carril bici bien señalizado, en unos diez minutos salimos de la ciudad, que bien pudiera recordar a algún pueblo turístico de nuestro país. El mar frente a nosotros, hace que nos detengamos y hagamos algunas fotos, el viento sopla del norte pero no molesta se suma al suave siseo de las pequeñas olas que rompen en la orilla. A la derecha una torre de socorrista, a la izquierda dos búnqueres de hormigón, pensados para la defensa militar en la segunda guerra mundial pero que han sucumbido al embate de las olas y ahora se inclinan hacia el mar como pidiendo disculpas por romper la línea de arena que remueve el agua.
Seguimos el camino a lo largo de la costa, a menudo una línea de tarays nos protege del viento, pero las más de las veces sentimos el viento directamente.
Más adelante el camino gira hacia el interior para girar de nuevo, y aunque seguimos la dirección de la costa tenemos tierra a ambos lados, atravesamos numerosos campos de cultivo, cabras y vacas, incluso nos llaman la atención algunos burros tan cerca del mar.
Ya vemos Tigaki, en 4 kilómetros podremos desayunar.
Tigaki no es grande, apenas una calle y no demasiada gente, eso si, los pocos que encontramos están preparnado todo para cuando llegue el verano.
El primer bar que vemos es donde desayunamos, casualmente es el único que vemos abierto, así que una vez aparcadas las bicis, entramos.
Unos zumos de naranja y cafés con leche son en principio nuestro magro desayuno, menos mal que casi al instante corregimos y completamos con unos sandwiches y pan de pita con gyros y salsa tzatziki.
El dueño del bar es un señor que había sentado a la puerta, fumando un cigarro, tras haber pedido el desayuno hablamos con él y descubrimos con sorpresa que habla español, pues con 17 años viajó a Méjico donde estuvo trabajando como cocinero, alli tiene casa un restaurante y su familia, en Kos otro par de restaurantes y a sus hermanos, tras una muy agradable conversación andamos un poco por el pueblo, poco que ver así que volvemos, recordando que, según nos dijeron había una salina en la que se podían ver flamencos, a la que nos dirigimos tras preguntar en el mismo bar donde desayunamos hace un rato.
A lo lejos en la salina podemos ver los flamencos que están bastante lejos, cerca del mar una excavadora está trabajando en el drenado del canal que permite que el agua marina entre en la laguna para extraer la sal.
Foto y damos la vuelta.
Durante el regreso el viento sigue soplando pero ahora nos da por el otro lado, de costado, ha habido suerte de tenerlo perpendicularmente, si no el regreso podría haber sido bastante costoso.
Llegamos de nuevo a Kos después de casi cuatro horas.
Comemos en un restaurante llamado Sócrates, donde degustamos la afamada Mousaka, un plato realmente sabroso, tras sufrir el ataque de un niño que nos lanza insistentemente bolitas de papel ante la inútil reprimenda de su guapa y tatuada mamá, la casa nos obsequia con unos cafés, los pedimos expreso pues no queremos arriesgar y un par de Ouzos, similar al ya conocido por nosotros Raki turco y muy parecido al anís nuestro, finalmente, en un último arrebato como para no dejar pasar una oportunidad única, Blas se atreve a pedir un café griego... Bueno, sabiamos a qué nos arriesgábamo; se nos es servido sin cuchara, para evitar la remoción o agitado de los posos que, a modo de sedimento van cayendo al fondo de la taza.
Volvemos al hotel, cogemos el equipaje y vamos hacia el embarcadero, si hemos de descansar que sea allí, cerquita del barco para evitar sustos. Subimos al barco sin novedad y dejamos Grecia para cruzar el mar hacia Turquía y llegar por fin a nuestro destino.
Una vez en el puerto pagamos el visado para entrar al país y preguntamos por la estación de autobuses, a la que nos dirigimos para informarnos, andamos unos 300 metros y llegamos, volvemos a preguntar por autobuses para Yatagán y nos indican, el autobús está con el motor en marcha, sale enseguida, cogen nuestro equipaje y nos ruegan encarecidamente que subamos al autobús sin importar que no tengamos ticket ni hayamos pagado nada, "No problem" dicen unos y otros. ¡Hala! arriba, viajamos nosotros cinco y otros tres pasajeros, y enseguida nos ponemos a hablar, el pasaje es parecido al de la costa levantina, en cuanto a vegetación y relieve. Enseguida nos damos cuenta de que no son tres pasajeros, son dos, el tercero es un auxiliar de viaje y nos ofrece colonia para lavarnos las manos, luego agua para beber, incluso un café. Nos detenemos en alguna ocasión y sube algún pasajero más, en una hora llegamos a Yatagán donde vemos a Ozgur esperándonos con sus alumnos.
Hemos llegado.
Hemos llegado.
Cuando regresamos de pagar los billetes los alumnos ya se han ido y Ozgur nos conduce al Hotel. Allí cogemos la habitación y al rato salimos con los demás compañeros con los cuales charlamos un rato sobre los avatares acaecidos para llegar hasta Turquía, el programa y la hora a la que nos reuniremos mañana, bastante temprano para ir de excursión a Éfeso.
Pero eso, lo contaremos cuando lo hayamos visto, amigos. Hasta entonces.
Alejandro Mediano.
Desde esta ciudad, Éfeso está a un paso. Pueden visitarse las avenidas principales de la antigua ciudad griega y romana y los grandiosos monumentos que quedan en pie o han sido reconstruidos. Las avenidas son largas, de grandes piedras de mármol blanco, y por doquier hay tirados restos de edificios, en mármol y ladrillo, algunas columnas en pie, arcos que ya no abren la puerta a ningún sitio. Una de las avenidas nos lleva al antiguo teatro, en el que se dice que llegaban a caber 26.000 espectadores. Echamos fotos, hablamos desde la escena para comprobar la acústica, tardamos un rato en subir hasta arriba y recorrerlo.
Cuarto día: Éfeso
La primera mañana en Turquía resulta agotadora. El autobús recoge en Muğla a Carmen, Diego y algunos alumnos, en Yatağan a David y al resto, y llega tarde al hotel para recoger a los profesores. Más de una hora de viaje en carretera, viendo a los lados bosques de pinos y extrañas formaciones calizas, canteras de mármol, un pantano, y finalmente llegamos a Selçuk.
Desde esta ciudad, Éfeso está a un paso. Pueden visitarse las avenidas principales de la antigua ciudad griega y romana y los grandiosos monumentos que quedan en pie o han sido reconstruidos. Las avenidas son largas, de grandes piedras de mármol blanco, y por doquier hay tirados restos de edificios, en mármol y ladrillo, algunas columnas en pie, arcos que ya no abren la puerta a ningún sitio. Una de las avenidas nos lleva al antiguo teatro, en el que se dice que llegaban a caber 26.000 espectadores. Echamos fotos, hablamos desde la escena para comprobar la acústica, tardamos un rato en subir hasta arriba y recorrerlo.
Avanzando por otra avenida llegamos a la Biblioteca de Celso, cuyo pórtico columnado se conserva en bastante buenas condiciones. Su interior es una sala coqueta, al aire libre y sin libros, donde nos sentamos buscando la sombra a imaginarnos lo que que fue. La siguiente avenida sube la pendiente de la montaña. Más y más restos de monumentos, la portada del templo de Adriano, ruinas de casas y restos de la gran columnata que subía calle arriba. En lo alto, más ruinas, el ágora y el parlamento, adonde se asoman algunas cabras que bajan del monte.
Han sido dos horas de paseo por las ruinas de Éfeso, hace mucho calor y estamos agotados. Pero aún el autobús sube más arriba para una pequeña visita: en una colina más alta, visitamos una ermita diminuta que, según la tradición, es la última casa donde habitó la Virgen María. Es un lugar recogido, rodeado de bosque y fuentes, donde se supone que María llegó con san Juan para refugiarse de la persecución de cristianos desatada tras la muerte de Jesús.
Comemos en un pequeño pueblo muy animado llamado Sirinçe, y visitamos después una pequeña bodega donde hacen vinos de todos los colores y sabores. No nos vamos sin probar sus refrescos de baja graduación, y el camino de vuelta en el autobús es más corto porque casi todo el mundo se duerme un rato. Atardece a poco de llegar a Yatağan. Cada cual se va para su aposento. Trataremos de descansar, pues mañana nos levantaremos también temprano, para ir al instituto, entre otras cosas para que los alumnos expongan nuestra presentación.
Blas Villalta.
Blas Villalta.
Quinto día: Muğla
Hoy conocemos el instituto. El Anadolu Lisesi está en Yatağan, en lo alto de una colina. Tiene detrás una cantera de mármol y una majada de cabras, y a sus pies algunas calles con mucha pendiente, casas viejas, un burro, montones de restos de mármol tirados en los cercados. Frente al instituto, hacia donde miran todas las ventanas, el gran valle de Muğla, con las montañas verdes al fondo. El instituto tiene una apariencia buena, tiene un enorme patio delantero y una pequeña pista deportiva donde algunos alumnos con camisa y corbata juegan al fútbol. No es un centro muy grande, no hay mucho revuelo por la presencia de los extranjeros.
Nos reunimos en el salón de actos, muy luminoso y espacioso. El lunes por la mañana, cuando nosotros aún no habíamos llegado a Turquía, hicieron las presentaciones casi todos los equipos. Hoy las hacen los alemanes, los italianos, y también nosotros. Diego, Carmen y David muestran la presentación que el equipo ha preparado sobre la vinculación del vino con la religión. Es una buena explicación de cómo el vino ha servido de símbolo religioso desde Dionisos a Cristo, y también un repaso por algunas obras de arte del Renacimiento y el Barroco, como La última cena, de Da Vinci, o El triunfo de Baco, de Velázquez. Especialmente brillante en la exposición está Diego, que se sale varias veces del texto para abundar en la explicación sobre las imágenes que muestran. Todo esto en inglés exquisito y desahogado, bastante comprensible y efectivo.
Después de las presentaciones, el trabajo manual: los alumnos se organizan en grupos para decorar un árbol de botellas, utilizando cartulinas y dibujos, mientras los profesores nos reunimos para aclarar puntos sobre las siguientes tareas y viajes. Después trabajan en la decoración de botellas de vino. A falta de botellas de cristal, nos las ingeniamos para que las de plástico lo parezcan, y el resultado no está mal. Incluso Alejandro se anima a pintar un dibujo bastante logrado de un racimo de uvas y unas botellas de vino en un barquito de madera que habían construido en el centro.
Acabada esta tarea, empieza la excursión: desde Yatağan nos lleva el autobús a un pequeño pueblo cercano, donde visitamos dos pequeñas mezquitas y un plátano de ochocientos años. Los dos profesores españoles, para mejor cumplir con lo que hacemos, incluso hacemos las abluciones preceptivas: antes de pasar descalzos al templo, nos lavamos pies, manos y cara en la fuente de fuera. Por lo demás, el pueblecito tiene poco: algún tractor pequeño que pasa, un montón de hombres con bigotes en la terraza de alguna cafetería para hombres.
La siguiente etapa es Muğla, que sólo Carmen y Diego conocían, pues están hospedados allí. Es una ciudad grande, con un centro vibrante de comercios, bares, restaurantes, tiendas de todos tipos y colores. Comemos una especie de pizza turca y lo que bebemos es ayram, que no es otra cosa que yogur mezclado con agua y sal. Dividimos el grupo en dos: los alumnos organizan su excursión, y los profesores la nuestra. Visitamos un telar, una museo que es una casa tradicional turca, y el centro histórico. A media tarde, paramos en un antiguo bazar reconvertido en una gran tetería para tomar un té tradicional, mientras escuchamos a un hombre interpretar canciones que por momentos parecen flamencas con una especie de laúd.
Anochece, y volvemos al hotel. Mañana nos espera otra dura jornada. Visitaremos Pamukkale, una curiosa formación natural aún más en el interior de Turquía.
Blas Villalta.
Blas Villalta.
6º día: Hierápolis, Pamukkale
El jueves es también un día largo. A las ocho y media nos recoge el autobús, ya con los alumnos de Yatağan, en el hotel. Quince minutos después recogemos a los de Muğla. Son casi tres horas de viaje, con paradas para descansar, hasta llegar a Pamukkale. Aunque el trayecto es largo y monótono, bosques de pinos, planicies labradas por pequeños tractores, montañas nevadas al fondo, el viaje realmente merece la pena. Nos hemos adentrado en el interior de Turquía, y al lado de la ciudad de Denizli encontramos Pamukkale. Visitamos las ruinas de la ciudad griega de Hierápolis, Patrimonio de la Humanidad, en un largo paseo de más de dos horas bajo un sol de justicia. La primera parte es la necrópolis: cientos de tumbas y sarcófagos, algunos verdaderos panteones, yacen en las laderas de las montañas, algunas junto a la vía principal, otras desperdigadas. Los sarcófagos más espectaculares están abiertos y, como tenemos mucha curiosidad, entramos en muchos de ellos para investigar: en algunos hay sitio para seis o nueve cadáveres, repartidos en diferentes pisos, y dentro se está realmente fresco.
Pasamos por fuentes, baños, basílicas, incluso las ruinas de una iglesia cristiana, a lo largo de una gran avenida de piedras labradas. Quedan en pie algunos arcos y puertas romanos. El final del recorrido es un enorme teatro en el que se realizan excavaciones, y restos de un templo a cuyos pies se levanta un agradable complejo turístico con palmeras, piscinas y gentes en paños menores, como en cualquier área de turismo veraniego.
Lo más espectacular, sin embargo, viene a continuación: la ciudad fue construida sobre una colina, y toda la falda de esa colina esta cubierta de blanco. Son anchas paredes de caliza que el agua ha ido moldeando durante siglos, en lo que parecen cascadas detenidas. Se forman pozas de agua, e incluso una parte de la ladera está habilitada para que los turistas bajen descalzos por el curso del agua e incluso se bañen en las piscinas. La bajada está llena de gente que pasea, se baña o se echa fotos, y además es incómodo para los ojos el exceso de luz que proyectan el suelo y las paredes blancas, pero es un espectáculo digno de ver: toda la ladera de la montaña es una catarata blanca, el agua que se estanca en las pozas azules está caliente, la gente nada o posa contra el blanco cegador de la cal, y al fondo un enorme valle verde, y montañas nevadas.
Cerca Pamukkale paramos a comer en un restaurante con bufé, y en el camino de vuelta estamos realmente cansados. Algunos chicos se bajan en Muğla, y los demás continuamos hasta Yatağan. Aunque el pueblo no tiene mucho que ver, los profesores nos damos una vuelta por las calles centrales, llenas de pequeñas tiendas y restaurantes. Mañana temprano tendremos que salir a la última excursión con las maletas preparadas, pues no volveremos ya ni a las casas ni al hotel: después de la excursión pararemos en Muğla para la fiesta de despedida, y desde allí saldremos por la noche hasta Bodrum, el puerto desde donde iremos regresando por donde vinimos. Así pues, última noche de los chicos con las familias que les han prestado hospedaje, ahora que todos se empiezan a sentir tan cómodos, y ya hemos de pensar en el regreso.
Blas Villalta.7º día: Dalyan, Bodrum
El viernes es el último día de actividades. Los chicos salen de sus casas por última vez. Carmen y Diego vienen desde Muğla, David desde Yatağan, y en el hotel dejamos las maletas de todos, para recogerlas por la noche cuando nos vayamos definitivamente. El viaje en autobús de hoy es más corto que el de ayer: en una hora, con parada incluida en un mirador con vistas al mar y a un gran valle, llegamos a Akyaka. Es una localidad turística, con una pequeña playa, muchos complejos hoteleros y restaurantes, y una albufera entre cuyos juncos pasean los gansos. A la sombra del tenderete de un restaurante junto al mar, acabamos las actividades de evaluación, alumnos y profesores, rellenando cuestionarios sobre lo que todos hemos aprendido en la semana que ahora acaba.
Paseamos por el pueblo, por el puerto para pequeñas embarcaciones, tomamos un helado, y volvemos al autobús para avanzar hasta Dalyan. Dalyan está casi en el mar: es otra ciudad turística en la desembocadura del río Dalyan Çayı, que fluye desde un lago enorme hasta el Mediterráneo. Hay un largo embarcadero a lo largo del río, una mezquita, montañas verdes en los meandros, muchos restaurantes. Comemos algo ligero y damos una vuelta junto al río. En la otra orilla encontramos algo curioso: dos templos excavados en la pared de la montaña, del siglo IV a.C.
No tenemos tiempo para más, volvemos hacia Muğla. Por el camino vemos campos de naranjos y granados, y obras en nueva autovía. En Muğla dejamos tiempo libre hasta la hora de la fiesta de despedida. Los chicos salen a disfrutar de sus últimas horas juntos. Los profesores españoles encontramos por casualidad un hamam tradicional y, para descargar las tensiones de toda la semana, pasamos la siguiente hora y media entre sauna y masaje, agua caliente y agua fría, y salimos como nuevos. La fiesta empieza a las siete de la tarde, en un pabellón municipal de Muğla. Música, dulces y pasteles, últimas conversaciones. Nos entregan un obsequio y un certificado individual a profesores y alumnos, escuchamos al director del centro turco despidiéndose, volvemos al baile. Los alumnos se firman dedicatorias en sus certificados, bailan y ríen, y cuando el autobús llega a la puerta empiezan también a llorar. Algunas familias están presentes: fotos, abrazos, llantos. Una semana cargada de experiencias compartidas entre adolescentes siempre acaba así, todas las emociones afloran en la despedida. Hoy en día es fácil seguir comunicándose a través de tantos medios como existen, pero eso no alivia del todo el dolor de despedirse de quienes ya hacen una parte importante de sus vidas.
El autobús nos lleva a españoles, portugueses y griegos a Bodrum. Salimos a dar una vuelta por el puerto, es una ciudad muy joven y animada, desde muchos locales se se escucha música en directo. Desde aquí los portugueses volarán mañana a Londres, y los demás cogeremos un ferry a Cos. El vuelo de los griegos será a Atenas, el nuestro a Bérgamo. Será un día muy largo, pues en menos de veinticuatro horas estaremos en dos continentes y cuatro países, y La Solana se ve tan lejos desde aquí...
Blas Villalta.
8º y último día: Bodrum-Cos-Bérgamo-Alicante-La Solana
El último día se divide en múltiples etapas, y las superamos todas con éxito. A las siete y media de la mañana, una hora menos en España, estamos desayunando en el hotel de Bodrum. Con un corto paseo llegamos al puerto pasadas las ocho: pasamos el control de pasaportes y subimos al barco. Adiós Turquía. El viaje hasta Cos es tranquilo: a diferencia de la ida, hoy encontramos el mar calmo, asombrosamente quieto, como el agua de un lago. El viaje es tranquilo a bordo; una hora después desembarcamos en el puerto de Cos, la mañana es cálida y agradable. Nos despedimos de los compañeros y amigos griegos, con quienes hemos compartido la primera etapa del día, y que nos ayudan a negociar el precio del taxi que nos ha de llevar al aeropuerto. Media hora más para recorrer casi de punta a punta esta isla verde, y llegamos con tiempo suficiente para pasar todos los controles. Adiós Grecia.
Casi tres horas de vuelo, en las que contemplamos otra vez la sucesión de decenas de islas griegas y, esta vez, también la gran extensión urbana de Atenas, nos llevan hasta Bérgamo, en el norte de Italia. Nos encontramos con la primera sorpresa: el tiempo veraniego ha desaparecido, en Bérgamo está lloviendo y hace fresco. Dejamos las maletas en una consigna junto al aeropuerto y nos montamos a un autobús que nos lleva a la ciudad. Apenas tardamos un cuarto de hora, pero ya en la ciudad la caminata es incómoda bajo la lluvia. Recorremos una ancha avenida hasta encontrar el funicular. Subimos hasta la ciudad alta, el casco histórico de Bérgamo, con su trazado medieval y sus edificios renacentistas. Lo primero que hacemos en meternos en una pizzería local, y calmamos el hambre con grandes trozos de margarita, de pizza de jamón con champiñones y salami con alcachofas.
Cuando salimos a la calle, sigue lloviendo. Estamos a un paso de la P iazza Vecchia, cruzamos las arcadas hasta la Piazza del Duomo y pasamos largo rato paseando por dentro de la Basílica de Santa María la Mayor. Es una iglesia de grandes dimensiones, de baldosas ajedrezadas, cuyos techos están llenos de pinturas. Horror vacui, abigarramiento, cientos de figuras y colores por todas las cúpulas y capillas. Damos la vuelta al templo y pasamos otro rato en la catedral, que está casi puerta con puerta. Es un edificio diáfano, donde visitamos incluso la capilla subterránea donde están enterrados algunos obispos de la ciudad. No tenemos mucho más tiempo, así que renunciamos a subir al castillo de san Vigilio. Sin embargo, cerca de la parada de autobús encontramos abierto el museo que hay en la casa natal de Gaetano Donizetti. Es un edificio de tres pisos dedicado al músico romántico italiano, donde vemos trajes de época, maquetas de teatros de ópera y, lo que nos deja embelesados, una sala de música donde una muchacha toca el piano. Nos sentamos unos minutos a escuchar la música, a ver la interpretación de la pianista, frente a los grandes ventanales abiertos a un valle verde y amplio, a la lluvia tranquila de la tarde.
Salimos corriendo a buscar el autobús, y en un rato llegamos al aeropuerto. Con algún leve contratiempo conseguimos atravesar los controles y subir al avión. Hemos atrasado los relojes una hora, ya tenemos la española: a las siete y media despega el avión, mientras afuera sigue lloviendo con fuerza. Adiós Italia. El vuelo es tranquilo, mientras Carmen aprovecha para dormir otra vez, Diego y David se entretienen con juegos de adivinanzas en sus móviles. Llegamos a Alicante antes de las diez. Sólo queda la última etapa del viaje. El trayecto en coche se hace más pesado, son muchas horas despiertos y deambulando de un país a otro. Dejamos a Alejandro en Albacete, y continuamos hasta La Solana, adonde llegamos a las dos de la mañana. Al final, todo ha salido tal como esperábamos. En un día hemos estado en ciudades de cuatro países, de dos continentes, y nos encontramos en el mismo lugar que hace ocho días. Aquí termina el viaje y empiezan a ordenarse los recuerdos.
Blas Villalta.
No comments:
Post a Comment