El viernes
es el último día de actividades. Los chicos salen de sus casas por
última vez. Carmen y Diego vienen desde Muğla,
David desde Yatağan, y en el hotel dejamos las maletas de todos,
para recogerlas por la noche cuando nos vayamos definitivamente. El
viaje en autobús de hoy es más corto que el de ayer: en una hora,
con parada incluida en un mirador con vistas al mar y a un gran
valle, llegamos a Akyaka. Es una localidad turística, con una
pequeña playa, muchos complejos hoteleros y restaurantes, y una
albufera entre cuyos juncos pasean los gansos. A la sombra del
tenderete de un restaurante junto al mar, acabamos las actividades de
evaluación, alumnos y profesores, rellenando cuestionarios sobre lo
que todos hemos aprendido en la semana que ahora acaba.
Paseamos
por el pueblo, por el puerto para pequeñas embarcaciones, tomamos un
helado, y volvemos al autobús para avanzar hasta Dalyan. Dalyan está
casi en el mar: es otra ciudad turística en la desembocadura del río
Dalyan Çayı, que fluye desde un lago enorme hasta el Mediterráneo.
Hay un largo embarcadero a lo largo del río, una mezquita, montañas
verdes en los meandros, muchos restaurantes. Comemos algo ligero y
damos una vuelta junto al río. En la otra orilla encontramos algo
curioso: dos templos excavados en la pared de la montaña, del siglo
IV a.C.
No
tenemos tiempo para más, volvemos hacia Muğla. Por el camino vemos
campos de naranjos y granados, y obras en nueva autovía. En Muğla
dejamos tiempo libre hasta la hora de la fiesta de despedida. Los
chicos salen a disfrutar de sus últimas horas juntos. Los profesores
españoles encontramos por casualidad un hamam tradicional y, para
descargar las tensiones de toda la semana, pasamos la siguiente hora
y media entre sauna y masaje, agua caliente y agua fría, y salimos
como nuevos. La fiesta empieza a las siete de la tarde, en un
pabellón municipal de Muğla. Música, dulces y pasteles, últimas
conversaciones. Nos entregan un obsequio y un certificado individual
a profesores y alumnos, escuchamos al director del centro turco
despidiéndose, volvemos al baile. Los alumnos se firman dedicatorias
en sus certificados, bailan y ríen, y cuando el autobús llega a la
puerta empiezan también a llorar. Algunas familias están presentes:
fotos, abrazos, llantos. Una semana cargada de experiencias
compartidas entre adolescentes siempre acaba así, todas las
emociones afloran en la despedida. Hoy en día es fácil seguir
comunicándose a través de tantos medios como existen, pero eso no
alivia del todo el dolor de despedirse de quienes ya hacen una parte
importante de sus vidas.
El
autobús nos lleva a españoles, portugueses y griegos a Bodrum.
Salimos a dar una vuelta por el puerto, es una ciudad muy joven y
animada, desde muchos locales se se escucha música en directo. Desde
aquí los portugueses volarán mañana a Londres, y los demás
cogeremos un ferry a Cos. El vuelo de los griegos será a Atenas, el
nuestro a Bérgamo. Será un día muy largo, pues en menos de
veinticuatro horas estaremos en dos continentes y cuatro países, y
La Solana se ve tan lejos desde aquí...
Blas
Villalta.
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