Thursday, 25 April 2013

6º día: Hierápolis, Pamukkale

El jueves es también un día largo. A las ocho y media nos recoge el autobús, ya con los alumnos de Yatağan, en el hotel. Quince minutos después recogemos a los de Muğla. Son casi tres horas de viaje, con paradas para descansar, hasta llegar a Pamukkale. Aunque el trayecto es largo y monótono, bosques de pinos, planicies labradas por pequeños tractores, montañas nevadas al fondo, el viaje realmente merece la pena. Nos hemos adentrado en el interior de Turquía, y al lado de la ciudad de Denizli encontramos Pamukkale. Visitamos las ruinas de la ciudad griega de Hierápolis, Patrimonio de la Humanidad, en un largo paseo de más de dos horas bajo un sol de justicia. La primera parte es la necrópolis: cientos de tumbas y sarcófagos, algunos verdaderos panteones, yacen en las laderas de las montañas, algunas junto a la vía principal, otras desperdigadas. Los sarcófagos más espectaculares están abiertos y, como tenemos mucha curiosidad, entramos en muchos de ellos para investigar: en algunos hay sitio para seis o nueve cadáveres, repartidos en diferentes pisos, y dentro se está realmente fresco.


Pasamos por fuentes, baños, basílicas, incluso las ruinas de una iglesia cristiana, a lo largo de una gran avenida de piedras labradas. Quedan en pie algunos arcos y puertas romanos. El final del recorrido es un enorme teatro en el que se realizan excavaciones, y restos de un templo a cuyos pies se levanta un agradable complejo turístico con palmeras, piscinas y gentes en paños menores, como en cualquier área de turismo veraniego.

 

Lo más espectacular, sin embargo, viene a continuación: la ciudad fue construida sobre una colina, y toda la falda de esa colina esta cubierta de blanco. Son anchas paredes de caliza que el agua ha ido moldeando durante siglos, en lo que parecen cascadas detenidas. Se forman pozas de agua, e incluso una parte de la ladera está habilitada para que los turistas bajen descalzos por el curso del agua e incluso se bañen en las piscinas. La bajada está llena de gente que pasea, se baña o se echa fotos, y además es incómodo para los ojos el exceso de luz que proyectan el suelo y las paredes blancas, pero es un espectáculo digno de ver: toda la ladera de la montaña es una catarata blanca, el agua que se estanca en las pozas azules está caliente, la gente nada o posa contra el blanco cegador de la cal, y al fondo un enorme valle verde, y montañas nevadas.


Cerca Pamukkale paramos a comer en un restaurante con bufé, y en el camino de vuelta estamos realmente cansados. Algunos chicos se bajan en Muğla, y los demás continuamos hasta Yatağan. Aunque el pueblo no tiene mucho que ver, los profesores nos damos una vuelta por las calles centrales, llenas de pequeñas tiendas y restaurantes. Mañana temprano tendremos que salir a la última excursión con las maletas preparadas, pues no volveremos ya ni a las casas ni al hotel: después de la excursión pararemos en Muğla para la fiesta de despedida, y desde allí saldremos por la noche hasta Bodrum, el puerto desde donde iremos regresando por donde vinimos. Así pues, última noche de los chicos con las familias que les han prestado hospedaje, ahora que todos se empiezan a sentir tan cómodos, y ya hemos de pensar en el regreso.

Blas Villalta.



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