El jueves es
también un día largo. A las ocho y media nos recoge el autobús, ya
con los alumnos de Yatağan, en
el hotel. Quince minutos después recogemos a los de Muğla. Son casi
tres horas de viaje, con paradas para descansar, hasta llegar a
Pamukkale. Aunque el trayecto es largo y monótono, bosques de pinos,
planicies labradas por pequeños tractores, montañas nevadas al
fondo, el viaje realmente merece la pena. Nos hemos adentrado en el
interior de Turquía, y al lado de la ciudad de Denizli encontramos
Pamukkale. Visitamos las ruinas de la ciudad griega de Hierápolis,
Patrimonio de la Humanidad, en un largo paseo de más de dos horas
bajo un sol de justicia. La primera parte es la necrópolis: cientos
de tumbas y sarcófagos, algunos verdaderos panteones, yacen en las
laderas de las montañas, algunas junto a la vía principal, otras
desperdigadas. Los sarcófagos más espectaculares están abiertos y,
como tenemos mucha curiosidad, entramos en muchos de ellos para
investigar: en algunos hay sitio para seis o nueve cadáveres,
repartidos en diferentes pisos, y dentro se está realmente fresco.
Pasamos
por fuentes, baños, basílicas, incluso las ruinas de una iglesia
cristiana, a lo largo de una gran avenida de piedras labradas. Quedan
en pie algunos arcos y puertas romanos. El final del recorrido es un
enorme teatro en el que se realizan excavaciones, y restos de un
templo a cuyos pies se levanta un agradable complejo turístico con
palmeras, piscinas y gentes en paños menores, como en cualquier área
de turismo veraniego.
Lo más espectacular, sin embargo, viene a
continuación: la ciudad fue construida sobre una colina, y toda la
falda de esa colina esta cubierta de blanco. Son anchas paredes de
caliza que el agua ha ido moldeando durante siglos, en lo que parecen
cascadas detenidas. Se forman pozas de agua, e incluso una parte de
la ladera está habilitada para que los turistas bajen descalzos por
el curso del agua e incluso se bañen en las piscinas. La bajada está
llena de gente que pasea, se baña o se echa fotos, y además es
incómodo para los ojos el exceso de luz que proyectan el suelo y las
paredes blancas, pero es un espectáculo digno de ver: toda la ladera
de la montaña es una catarata blanca, el agua que se estanca en las
pozas azules está caliente, la gente nada o posa contra el blanco
cegador de la cal, y al fondo un enorme valle verde, y montañas
nevadas.
Cerca
Pamukkale paramos a comer en un restaurante con bufé, y en el camino
de vuelta estamos realmente cansados. Algunos chicos se bajan en
Muğla, y los demás continuamos hasta Yatağan. Aunque el pueblo no
tiene mucho que ver, los profesores nos damos una vuelta por las
calles centrales, llenas de pequeñas tiendas y restaurantes. Mañana
temprano tendremos que salir a la última excursión con las maletas
preparadas, pues no volveremos ya ni a las casas ni al hotel: después
de la excursión pararemos en Muğla para la fiesta de despedida, y
desde allí saldremos por la noche hasta Bodrum, el puerto desde
donde iremos regresando por donde vinimos. Así pues, última noche
de los chicos con las familias que les han prestado hospedaje, ahora
que todos se empiezan a sentir tan cómodos, y ya hemos de pensar en
el regreso.
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