El viernes fue el último
día de actividades en nuestra visita a Sicilia. Ya repuestos del
agotador viaje del día anterior a las islas Eolias, nos levantamos a
hora razonable, desayunamos y fuimos tranquilamente al instituto. Los
chicos estaban trabajando en grupos mixtos en sus exposiciones sobre
la semana que han compartido en Milazzo. Dedicamos varias horas a la
reunión de profesores para aclarar los siguientes pasos del
proyecto, concretar fechas de próximas reuniones y presentar
resultados hasta la fecha. Tras un breve acto de despedida en el que
intervino la directora del centro, pasamos a ver las exposiciones de
los chicos, que nos ofrecieron su particular visión sobre la
convivencia entre jóvenes de diversos países y culturas a lo largo
de esta semana.
Una vez acabadas las
actividades en el centro, las chicas marcharon a comer a sus casas y
nosotros optamos por llenar las horas centrales del día con un plan
original: alquilamos unas bicicletas, con las que recorrimos la
distancia entre el hotel y el final de la península de Milazzo.
Saliendo de la ciudad por la costa este pedaleamos por empinadas
cuestas, haciendo paradas de vez en cuando para contemplar los
acantilados y pequeñas calas. Un duro pero agradable recorrido entre
olivos, higueras, chumberas y algunos chalés con vistas al
Mediterráneo. Una zona que da a dos mares y que está poco explotada
para el turismo. Subiendo más arriba, hasta llegar al faro, tomamos
un estrecho camino de cactus hasta un prado en lo alto de la colina.
Allí arriba, más olivos y una vista espléndida de acantilados y
playas. Milazzo a la izquierda y también el interior de Sicilia, con
la multitud de montañas entre las que destaca, más alta y nevada,
la cumbre del Etna. A la derecha, en forma de Y griega sobre un mar
tranquilo, las islas Eolias. El Etna, Vulcano y Stromboli, tres
volcanes a la vista.
Un hombre que paseaba por
allí nos contó que además hay cerca un enorme volcán submarino,
pero la vista desde aquel lado no decía nada de la violencia de los
volcanes, sino que era una auténtica maravilla, con un sol radiante
y el mar en calma. Así que nos subimos a unas rocas y, con esas
vistas, hicimos unos bocadillos: jamón, mortadela siciliana, salami
y, de postre, ricotta. Dejamos arriba las bicis y bajamos por un
estrecho sendero que separa los dos mares. Al final del todo, en la
punta de la península, nos sorprenden unas pozas naturales llamadas
la Piscina de Venus. Encontramos la marea baja: las pozas tenían un
agua transparente, y se veían debajo las piedras redondas. Paseamos,
saltamos entre los riscos, y cuando comenzaba a atardecer volvimos a
subir a la cumbre. Echábamos fotos sin parar, con las excepcionales
vistas a las islas y volcanes y el cielo plagado de nubes. Cogimos
las bicis de vuelta por la zona oeste, también paralelos al mar,
hasta el centro de Milazzo, mientras oscurecía.
Llegamos a tiempo a la
fiesta de despedida, que habían organizado en el instituto. Tomamos
algo de la comida preparada por las familias. Los chicos y algunos
profesores bailaban con la música que pinchaban alumnos locales. Muy
pronto, el momento de la despedida: la mayoría de los equipos
volaban al día siguiente a sus países. A algunos los veremos en la
reunión de España, a finales de febrero, a otros en las siguientes
reuniones. Para las chicas la despedida llegará un poco más tarde:
planeaban salir a dar una vuelta con sus amigas por la noche, y el
sábado estarán también con ellas. El domingo muy temprano
saldremos para Palermo, pero aún hay cosas que ver cerca de Milazzo.
Blas Villalta.
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