La quinta de las reuniones de nuestra Asociación Comenius, y primera de este curso, tiene lugar en Polonia. Antes de llegar a la ciudad de Końskie, hicimos parada en Cracovia. Blas voló desde Islandia, adonde ha estado visitando a los dos alumnos de 1º Bachillerato que realizan una estancia de tres meses en el país insular. Juan y las cuatro alumnas de 2º Bachillerato, Gloria, Leticia, Rosa María y Pilar, volaron desde Madrid a Cracovia. El tiempo es otoñal, pero se parece a nuestro invierno, aunque estemos a mediados de septiembre. Llueve de vez en cuando, y por las noches hace fresco. Cracovia es una ciudad llena de vida, una capital cultural con cientos de monumentos, iglesias, torres, plazas, parques, restaurantes, calesas transportando a turistas, anuncios de conciertos de música de Chopin.
La mañana del sábado, después del desayuno, caminamos hasta la estación de autobuses para realizar nuestra actividad más importante fuera del programa: la visita a los campos de exterminio de Auschwitz. En poco más de una hora se llega desde Cracovia a Oświęcim, una ciudad mediana, rodeada de bosques, con grandes avenidas y centros comerciales, cuyo atractivo turístico es el museo de Auschwitz. Auschwitz es el nombre alemán de la ciudad, que los nazis utilizaron para nombrar la base militar polaca que había al lado. En los años 40 el campamento militar se convirtió en el lugar de ejecución de disidentes polacos, presos soviéticos, y después judíos de media Europa. Auschwitz I es ese campamento militar donde millares de personas fueron asesinadas en el paredón, ahorcadas, expuestas al frío del invierno, y después con las más modernas invenciones de las cámaras de gas, por cuyo interior el visitante puede pasear como si fuesen simples habitaciones de cemento. Como el lugar se les quedó pequeño a los asesinos en masa, construyeron a un par de kilómetros el campo de exterminio Auschwitz II-Birkenau. Un turista llega en cinco minutos en autobús. Rodeados de un bosque idílico, los restos del campo de exterminio son un lugar estremecedor. Los nazis intentaron destruirlo en los últimos momentos de la II guerra mundial para borrar las evidencias de sus crímenes, pero allí permanecen las cuadrículas de cada ampliación del campo, las vías del tren por donde trajeron en vagones de ganado al millón y medio de personas que nunca salieron de allí, los cimientos rectangulares de los barracones donde los encerraban, los pasillos donde los seleccionaban, los edificios donde les cortaban el pelo y les robaban sus últimas pertenencias. Al lado de las instalaciones militares y de alcantarillado están los restos dinamitados de las más sofisticadas cámaras de gas construidas por los nazis: el largo pasillo por donde entraban desnudas las víctimas pensando que pasaban a las duchas, la cámara donde les arrancaban los dientes de oro, la cámara donde los gaseaban con Zyklon-B, los hornos donde quemaban los cadáveres, el campo verde donde esparcieron las cenizas de los cientos de miles de asesinados.
La experiencia es muy dura, desagradable, pero también necesaria para entender cómo el ser humano puede poner toda su inteligencia, toda la técnica y la ingeniería al servicio del asesinato en serie, del organizado funcionamiento de una factoría de la muerte en masa. Alrededor de los campos de exterminio la ciudad de Oświęcim ha crecido, por los bosques de altos árboles corren cervatillos, por una carretera cruzan autobuses de turistas, tractores con remolques cargados de patatas, camiones, la vida que sigue después del horror.
Volvimos a Cracovia antes de que anocheciera. Paseamos por el centro histórico, por sus anchas plazas rebosantes de jóvenes que salían de fiesta. Cenamos en un italiano y volvimos a casa cuando empezaba a llover. La mañana del domingo vimos de nuevo una ciudad con mucha vida: cientos de personas participaban en una carrera popular por el centro de Cracovia, otras llenaban las enormes iglesias a la hora de la misa, los turistas paseaban por las galerías y plazas. A mediodía cogimos un autobús hasta Kielce, y desde allí otro hasta Końskie, adonde llegamos a media tarde. Las familias recogieron a las cuatro chicas y se fueron para sus casas, algunas de las cuales están en los pueblecitos de los alrededores. Aún nos dio tiempo a los profesores a dar un paseo por la ciudad en una tarde cálida. Końskie es una ciudad mediana, con edificios de viviendas de estilo soviético cerca del centro, y enormes parques con árboles centenarios dentro de la ciudad. Durante la semana tendremos la oportunidad de conocerla mejor, de conocer el instituto y de reencontrarnos todos, alumnos y profesores, con todo el grupo de amigos de nuestra asociación Comenius.
La mañana del sábado, después del desayuno, caminamos hasta la estación de autobuses para realizar nuestra actividad más importante fuera del programa: la visita a los campos de exterminio de Auschwitz. En poco más de una hora se llega desde Cracovia a Oświęcim, una ciudad mediana, rodeada de bosques, con grandes avenidas y centros comerciales, cuyo atractivo turístico es el museo de Auschwitz. Auschwitz es el nombre alemán de la ciudad, que los nazis utilizaron para nombrar la base militar polaca que había al lado. En los años 40 el campamento militar se convirtió en el lugar de ejecución de disidentes polacos, presos soviéticos, y después judíos de media Europa. Auschwitz I es ese campamento militar donde millares de personas fueron asesinadas en el paredón, ahorcadas, expuestas al frío del invierno, y después con las más modernas invenciones de las cámaras de gas, por cuyo interior el visitante puede pasear como si fuesen simples habitaciones de cemento. Como el lugar se les quedó pequeño a los asesinos en masa, construyeron a un par de kilómetros el campo de exterminio Auschwitz II-Birkenau. Un turista llega en cinco minutos en autobús. Rodeados de un bosque idílico, los restos del campo de exterminio son un lugar estremecedor. Los nazis intentaron destruirlo en los últimos momentos de la II guerra mundial para borrar las evidencias de sus crímenes, pero allí permanecen las cuadrículas de cada ampliación del campo, las vías del tren por donde trajeron en vagones de ganado al millón y medio de personas que nunca salieron de allí, los cimientos rectangulares de los barracones donde los encerraban, los pasillos donde los seleccionaban, los edificios donde les cortaban el pelo y les robaban sus últimas pertenencias. Al lado de las instalaciones militares y de alcantarillado están los restos dinamitados de las más sofisticadas cámaras de gas construidas por los nazis: el largo pasillo por donde entraban desnudas las víctimas pensando que pasaban a las duchas, la cámara donde les arrancaban los dientes de oro, la cámara donde los gaseaban con Zyklon-B, los hornos donde quemaban los cadáveres, el campo verde donde esparcieron las cenizas de los cientos de miles de asesinados.
La experiencia es muy dura, desagradable, pero también necesaria para entender cómo el ser humano puede poner toda su inteligencia, toda la técnica y la ingeniería al servicio del asesinato en serie, del organizado funcionamiento de una factoría de la muerte en masa. Alrededor de los campos de exterminio la ciudad de Oświęcim ha crecido, por los bosques de altos árboles corren cervatillos, por una carretera cruzan autobuses de turistas, tractores con remolques cargados de patatas, camiones, la vida que sigue después del horror.
Volvimos a Cracovia antes de que anocheciera. Paseamos por el centro histórico, por sus anchas plazas rebosantes de jóvenes que salían de fiesta. Cenamos en un italiano y volvimos a casa cuando empezaba a llover. La mañana del domingo vimos de nuevo una ciudad con mucha vida: cientos de personas participaban en una carrera popular por el centro de Cracovia, otras llenaban las enormes iglesias a la hora de la misa, los turistas paseaban por las galerías y plazas. A mediodía cogimos un autobús hasta Kielce, y desde allí otro hasta Końskie, adonde llegamos a media tarde. Las familias recogieron a las cuatro chicas y se fueron para sus casas, algunas de las cuales están en los pueblecitos de los alrededores. Aún nos dio tiempo a los profesores a dar un paseo por la ciudad en una tarde cálida. Końskie es una ciudad mediana, con edificios de viviendas de estilo soviético cerca del centro, y enormes parques con árboles centenarios dentro de la ciudad. Durante la semana tendremos la oportunidad de conocerla mejor, de conocer el instituto y de reencontrarnos todos, alumnos y profesores, con todo el grupo de amigos de nuestra asociación Comenius.
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