2º día: Palermo-Milazzo
Segundo día en Sicilia.
De madrugada ha estado lloviendo a mares, como anoche a nuestra
llegada. Nos levantamos un poco tarde: ayer tuvimos un día de viaje
agotador hasta llegar a la isla. Salimos a dar una vuelta por
Palermo, quinta ciudad de Italia en población, con alrededor de un
millón de habitantes. Damos unas vueltas por barrios residenciales
de los años 60 bajo una lluvia intermitente hasta que nos detenemos
a desayunar en una cafetería donde además de servir cafés y zumos
de naranja te venden botellas de vino, dulces, recuerdos y todo tipo
de loterías y apuestas. Nos hemos demorado un rato por lo
interesante de la conversación con las alumnas y porque la lluvia
afuera no cesaba. Pasamos cerca de un jardín botánico de camino al
puerto, y aprovechamos una pausa de la lluvia para recorrer lo que
podríamos generosamente llamar un paseo marítimo y hacernos unas
fotos de grupo con el puerto al fondo.
Palermo tiene mucho más
si la lluvia te da una tregua. Nos hemos adentrado en las calles del
centro histórico, hemos visitado una iglesia pequeña y antigua, de
altas y delgadas columnas, junto al puerto, donde el sacerdote que
por casualidad ha pasado nos dice que el antiguo monasterio aledaño
se convirtió en el archivo siciliano.
Hemos continuado hacia el
centro, sorteando charcos, por avenidas rectas y bien diseñadas o
adentrándonos por callejones, dejando atrás decenas de iglesias de
piedras tan antiguas como maltratadas que, sin embargo, conservan ese
encanto tan particular entre la decadencia y el olvido. En un cruce
de calles nos hemos encontrado con un pequeño monumento en cada
esquina, donde distintos escudos tallados en la piedra representaban
símbolos sicilianos y españoles, a la vez que rendían memoria a
Felipe III, Pedro Girón o el duque de Osuna.
Avanzamos, y más
iglesias, plazas, fontanas, edificios de piedra deteriorados, y más
iglesias, todas cerradas al mediodía. Hemos avanzado más hacia el
centro, hemos pasado junto a la galería de arte contemporáneo y, de
repente, tras una esquina cualquiera y sin esperarlo, se ha
presentado ante nosotros la plaza y el imponente edificio de la
catedral. Hemos dejado la visita para otro día: el vigilante del
museo diocesano nos informa de que a tal hora está también cerrada.
En la portada, más referencias a los reyes españoles y unos
modestos mandarinos y palmeras bajo la acumulación de torres,
arcadas y estilos diversos y mezclados de la catedral.
Hemos pasado brevemente
por el hotel para recoger las maletas, de paso hacia la estación de
ferrocarril, donde comemos rápido y tenemos que sufrir el único
pequeño incidente del día: retraso del tren, cambio de vía y más
retraso. Por suerte, hemos cogido un habitáculo cerrado para seis
personas, donde las casi tres horas de viaje por la costa nos han
resultado livianas y agradables: el mar Mediterráneo agitado y gris
a la izquierda, las montañas nevadas a la derecha, casi a la misma
distancia, decenas de pueblecitos costeros vacíos, lluvia a ratos en
la ventanilla, un atardecer tranquilo, juegos de ingenio, más
conversaciones donde siempre se vuelve al tema común: la educación.
Hemos llegado a Milazzo
con algo de retraso, y cansados, pero las familias están
esperándonos a las puertas del tren y las rápidas presentaciones
tornan en alegría las expresiones de las alumnas, las locales y las
nuestras. Cada una se marcha a casa con su familia de acogida, en
apariencia tranquilas: mañana tendremos sus impresiones. Nosotros
tres hemos llegado al hotel Il Vicolo, hemos salido a cenar a una
pizzería, hemos probado el tinto típico siciliano, nero d'avola, y
la conversación ardiente se ha prolongado otro tanto por la calle,
junto al puerto, contra el viento fuerte de la noche. Ahora
preparamos la reunión de mañana: más presentaciones, primeras
actividades de la semana, el Comenius empieza a funcionar en Milazzo.
Blas Villalta.
Blas Villalta.
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