El quinto día ha sido
largo. Hemos salido poco después de las siete de la mañana, nos
hemos reunido con las chicas y el resto del grupo en el instituto
para coger el autobús que nos llevaría al monte Etna. Hora y media
de carretera junto al mar, dejando a un lado Messina y enfrente, a
unos pocos kilómetros, la punta de la bota, Calabria. Hemos parado
un par de veces antes de llegar al Etna: desde la carretera puede
verse la montaña completa, naciendo casi desde el mar, la extensión
de agua y la playa y la nieve de las cumbres en una sola foto. La
otra parada, después de atravesar varios pueblos en la ladera del
volcán, porque tantas curvas nos hacían marearnos.
Hemos llegado a la
estación del teleférico. A dos mil metros de altura toda la
extensión aparecía nevada, pero la bahía y el mar seguían
viéndose de forma nítida. Hemos hecho el trayecto en teleférico
hasta mucho más arriba, donde la nieve era más abundante y las
cumbres negras estaban sólo a un paso.
Desde ahí, sólo una parte del grupo se ha atrevido a subir a la cumbre de uno de los cráteres. Hemos subido por encima de las nubes, que poco a poco cubrían todo el paisaje, tapando la hermosa estampa de playa a un paso de la nieve. Con alguna dificultad, porque las piedras de lava son a veces escurridizas, hemos trepado hasta lo alto de la montaña: del otro lado se abría un enorme cráter de paredes negras y rojas por su composición de hierro. Cubiertas además de nieve y de extrañas formas de hielo moldeadas por el viento. Y aquí y allá, a nuestro paso, cruzábamos delante de fumarolas.
Desde ahí, sólo una parte del grupo se ha atrevido a subir a la cumbre de uno de los cráteres. Hemos subido por encima de las nubes, que poco a poco cubrían todo el paisaje, tapando la hermosa estampa de playa a un paso de la nieve. Con alguna dificultad, porque las piedras de lava son a veces escurridizas, hemos trepado hasta lo alto de la montaña: del otro lado se abría un enorme cráter de paredes negras y rojas por su composición de hierro. Cubiertas además de nieve y de extrañas formas de hielo moldeadas por el viento. Y aquí y allá, a nuestro paso, cruzábamos delante de fumarolas.
Desde arriba se divisaba
el cráter y otros picos y también el monte principal, sólo un poco
más alto, a tres mil metros del nivel del mar, y a sólo unos
kilómetros: el Etna expulsando humo que se mezclaba con las nubes
rápidas que lo atravesaban. También las piedras bajo nuestros pies
estaban calientes: removiendo los pedazos de lava seca del suelo,
negra o roja, podíamos calentarnos las manos.
Del Etna hemos bajado nuevamente a la línea de la costa, y de allí hemos ido, pasado el mediodía, al pequeño pueblo de Taormina. Un entramado de puentes colgantes, carreteras y túneles conducen hasta esta coqueta localidad de montaña, desde donde hemos encontrado unas vistas espectaculares al mar Tirreno al atardecer. Taormina es un pueblo turístico enclavado en la montaña, con callecitas estrechas y mucha vegetación, lleno de iglesias pequeñas y hoteles de lujo. Hemos dado unas vueltas, hemos entrado a algunas iglesias, visto muchas tiendas y disfrutado de un paseo nocturno agradable. Vuelta a Milazzo, después de un día frío por la altitud y agotador por el esfuerzo, pero completo por todo lo que hemos visto y aprendido.
Mañana nos esperan las
islas Eolias. Habrá que madrugar bastante, pero veremos por fin una
región que, aparte de su carga mitológica, es la que produce los
vinos más interesantes de la región.
Blas Villalta.
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