Primeras reflexiones de Blas VillaltaEl viaje comenzó de noche, a las cinco y media de la mañana, en Membrilla. Condujimos hacia Madrid con la carretera despejada de tráfico pero con mucha niebla, Juan, Blas y las tres chicas, Andrea, Mª Teresa y María. Tras un viaje lento pero sin contratiempos, amaneciendo llegamos al aeropuerto, donde nos unimos al sexto componente, Antonio.
El primer vuelo se
desarrolló sin novedad: conversaciones largas y algunos nervios para
quienes viajaban en avión por primera vez. Un autobús urbano nos
llevó desde el aeropuerto al centro de Bérgamo, pasado el mediodía.
Una ciudad coqueta, cubierta de nieve, al pie de montañas blancas,
hasta cuyo casco antiguo, ubicado en la parte norte, ascendimos en
funicular.
Y tras tantos transportes distintos, la primera
experiencia plenamente italiana: la pizza. Una panadería tradicional
y familiar, Il Fornaio: pizzas de jamón, de queso de cabra, de queso
curado, de setas, en un acogedor local en uno de los empedrados
callejones del centro.
Después de las pizzas, tocaba el recorrido
turístico por la ciudad: visitamos alguna iglesia y subimos con
paciencia y esfuerzo la serpenteante cuesta que lleva al Castello de
san Vigilio. Una fortaleza venida a menos, adornada de parquecillos
nevados, desde donde se divisa la ciudad entera y una panorámica
extraordinaria: montes imponentes y blancos a un lado, a sus faldas
pueblecillos repartiéndose a lo largo, y el valle enorme donde se
abre la ciudad al otro lado, difuminado por la niebla de media tarde
que da al paisaje un aspecto irreal con el sol que aún no se va.
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